sábado, 19 de abril de 2008

Esto pudo haber sido el prólogo

ESTO PUDO HABER SIDO EL PRÓLOGO


Los poemas que yo fui desechando de mi libro El Soñado desquite, luego de un tiempo de grandes faenas y penurias existenciales, se convirtieron en “Pasar de Sombra”. De El soñado desquite salieron tres libros, uno de los cuales se perdió en la editorial Alfa & Omega que, por recomendación del poeta Antonio Fernández Spencer, iba a ser publicado bajo un título que no es el mejor: Sobre la luz) o yo lo perdí cuando Alfa & Omega me entregó las galeras que —acaso— nunca retorné porque, para mí, esos poemas ameritaban un poco más de revisión y de maduración. Para una buena parte de los poetas de mi generación “Pasar de Sombra” es un libro muy superior a “El soñado Desquite”. Yo no me atrevería a dar una afirmación tan categórica: me limito, no por obra de la modestia, a reconocer que Pasar de Sombra contiene poemas que difieren en calidad, en recursos estilísticos o técnicos y en momentos de ciertos hallazgos, mientras que El Soñado Desquite es un libro que difiere muy fácilmente de cualquier acomodamiento fácil, que nuestra mente, acostumbrada siempre a “ubicar” las cosas en el sitio equivocado, le pudiera otorgar.
La palabra “diferente” es un término muy significativo para nuestra poesía, ya que no es exactamente el término por excelencia de por lo menos un alto porcentaje de los demiurgos de nuestra esfera, quienes se apoyan con todo el cuerpo en lo estándar. No voy a referirme —como se acostumbra— a la subcategoría del gusto: prefiero hacer referencia, por conocimiento o por conciencia, de tal o cual poema, independientemente de si me gusta o no, pues una buena tajada de frivolidad y de falta de conocimiento de la poesía, se oculta en términos muy dudosos: quienes hablan de “gusto” pretenden anular o restar calidad a la obra ajena para limitarse a una parte de un poema o a un poema que por algún tipo de sentimentalismo le ha gustado. Y guiado así por las opiniones de quienes ni siquiera leen los libros de los poetas dominicanos contemporáneos, puedo afirmar que la poesía dominicana actual y la no muy actual es desconocida para un buen grupo de “entendidos” y cuando no, esta poesía suele no ser comprendida en lo absoluto, aún por esos “entendidos”. Nuestros críticos olvidaron el arte del análisis objetivo de la poesía para convertirse en repetidores de fórmulas periodísticas o sociológicas. Nuestra crítica literaria no puede fundar nada sino a partir del análisis.

Pasar de Sombra, ya no es el mismo libro que se publicó en Santo Domingo en 1989. Ni yo soy aquel muchacho que lo escribió. Este libro, hasta ahora, ha soportado el tiempo y las pruebas del tiempo. Mi poesía es impura por voluntad propia y está influida por todos los sacudimientos de la realidad, lo cual no implica que se la pueda tildar de poesía realista: hay un desdoblamiento de la realidad que le es favorable y este desdoblamiento lo es también del lenguaje, pues sin lenguaje no puede haber poesía, ya que la poesía es reconocible mediante su lenguaje. Cualquiera que sea este lenguaje y cualquiera que sea su forma, la poesía nace en el hombre con el hombre y nace también en los animales con los animales y en las plantas, con las plantas, etc. El lenguaje de la poesía es un lenguaje libre, capaz de contenerlo todo.
La mayoría de los poemas que integran este libro, fueron rescritos con cierta obsesión. Sin embargo, una buena parte del libro se conserva igual.
Espero no defraudar a nadie que lea los poemas de Pasar de Sombra: por lo pronto, he cumplido con no defraudarme a mí mismo por completo, y lo digo, porque si algo me prohíbo es el autoengaño: me prohíbo a ser conformista con cualquier poema que yo sienta que puedo mejorar. Siempre estuve al margen de creerme los elogios que cualquiera pudiera propinar a mis poemas, no porque no merecieran tal privilegio, sino porque el envanecimiento suele embotar, desviar, distorsionar el espíritu del artista. Cuando leo a los grandes poetas universales, trato de buscar en ellos el punto de culminación; cuando leo mis poemas, los leo sin ninguna pretensión, por eso, soy el primero en sorprenderme cuando un buen verso me deja un temblor psicológico en todo el cuerpo: sin proponérmelo, alcanzo el punto de culminación cuando me acuerdo de que mi meta nunca fue la de escribir poemas, sino la de vivirlos sin ningún sentido práctico, sin dejarme arrastrar por ninguno de los vientos de la vanidad o de la percepción. Lo que percibo de mi lectura o de la vida, lo dejo escapar al instante, con una espontaneidad silenciosa: de ese modo estoy libre de contaminarme de algún pensamiento engañoso: es muy fácil caer en las garras de la frivolidad y convertirse uno en un objeto más de nuestra sociedad. El poeta auténtico debe guardarse de los aplausos y de los elogios que solamente sirven para destruirlo. Los fabricantes de puentes y los fabricantes de perfumes, tienen en común la facilidad de trasladar al poeta hacia una muchedumbre ficticia que se lo va tragando, y lo hace con el objeto de absorberlo, utilizarlo y finalmente convertirlo en una masa de concreto, en una estatua que servirá luego de cagadero de pájaros.

Hay algunos defectos en los poemas de este libro y los voy a mencionar aquí: el principal defecto radica en que no son poemas al estilo de las campanas de los conventos de los pueblos sin pavimentar. Otro defecto sería la de que a menudo el lector se encontrará en una encrucijada producida por el azoramiento de algunos términos, por ejemplo, la palabra árbol está repetida y su más mínima repetición —me han dicho personas muy autorizadas—contamina el agua de los ríos. Otro gravísimo defecto es el abuso de los contrastes entre cosas que, en vez de buscar armonía, buscan un diptongo para descuartizar a una estatua de Alejandro Magno. Como los defectos del libro llegan a 579, voy a mencionar que, pese a todos los defectos que hay en el libro, hay un poema que fue mordido por la pata de una mesa y ya no es un poema, pues le falta un pedazo de su vida. Yo he tratado de salvarlo, pero no es fácil salvar a un poema que en el pasado no supiera defenderse de un mordisco tan cabal. Lo he dejado en el libro con el solo propósito de que se lo coman los anfitriones de la “nueva” crítica, aunque estoy muy seguro que a los críticos le dará mucho trabajo reconocer la mordida.

El defecto del uso y abuso de la coma y de otras infestaciones de la gramática:

Los poemas de este libro rara vez acuden a una coma, aunque indiscutiblemente están infestados por los flujos y reflujos de la gramática espontánea, lo cual ha motivado a ciertos eruditos de nuestro ambiente literario a dudar de la superstición de ciertas mezclas y de ciertos tonos que dan a sus alófonos un guante para que no se ensucie los dedos de política ni de barro sentimentalista. Como prevención, he tomado dos medidas absolutamente opuestas e infuncionales: primero he colocado a Can Cerbero en la puerta de la subversión de algunas metáforas empeñadas en desquiciar los grados de comprensión de la lectura, con el fin de que le cueste trabajo encontrar la clave que lo conduciría al fondo de un almanaque lleno de agua, que no es otra cosa que el meollo de la cosa en curso. El agua no es compatible con los caprichos del lector debido a la poca transparencia con que el lector examina las cosas “innobles” de una “pseudo-escritura” de la acción-reflexión, la reflexión combinada con ciertos toques libertarios difíciles de domesticar, al mismo tiempo, el lector, al entrar en contacto con alguna posible suficiencia poética, dudará, maldecirá, subirá por la infinita escalera de una coma olvidada con alguna intención antipoética al vórtice del poema náufrago, y se escapará ayudado por el humo de su esfuerzo, tragando los vidrios de una saliva seca y agria como un arenque. De algún modo, el lector notará, sin prejuicio, que las dificultades que él supuso gramaticales, competen permanentemente a la poesía.
Segundo, debajo de cada palabra de cada poema he colocado una rueda de tractor que ayudará al lector a deshacerse de los tropiezos cotidianos de una aventura sin final, pues algo que el lector notará de las imágenes menos ordinarias (que posiblemente las haya en estos poemas) es que, todo lo concerniente a la gramática, (su acción mecánica) es tan frontal como el poema en sí.

Omisiones y pesadillas o la avaricia del defecto:

Los poemas que pierden de vista su relación con las piedras, el aire, el cielo, los metales o cualquier elemento de la vida cotidiana, no están en este libro, pues, he seguido el consejo que yo mismo me doy: no entrar en conflicto con lo cotidiano ya que de lo cotidiano depende la fluidez de las expresiones poéticas más auténticas y radicales. Esto no lo digo por presunción, lo digo por lo que hay en ello de evidente, desde Homero hasta hoy. No hay sino avaricia en el defecto: nadie puede evitar tener defectos, por ejemplo, el defecto de las influencias no es en sí un defecto, sino una virtud, ya que gracias a las influencias, el poeta avanza con pie firme por un terreno seguro.
La influencia, cualquiera que sea su dimensión, su densidad, su intensidad, su luminosidad, etc., deberá filtrarse como la leche o el agua o tarde o temprano el poeta estará padeciendo de alguna gravedad vertiginosa o gradual.

De inmediato voy a mencionar las cosas que defiendo de este libro: defiendo las pausas cortas y las largas porque dan a su lectura una flexibilidad mayor a los injertos de alambres eléctricos de los barrios de mi país natal. Gracias a que se dan esas pausas con una frecuencia bochornosa, el lector tiene tiempo de ducharse, jugar una partida de ajedrez, ver su programa de televisión favorito y regresar a la lectura sin perder de vista el significado de algún elemento perturbador. Lo más perturbador de mi poesía, según dicen, es la subordinación de la sintaxis. Pero yo defiendo esto diciendo que no hay tal subordinación, pues lo que busco es precisamente que no haya humillación entre las partes en juego y sólo puede haber humillación donde hay subordinación, por más simple e insignificante que sea. Por otro lado hay quienes dicen que el defecto realmente radica en esa búsqueda, pues en ella encuentran demasiado empeño y tal empeño exagerado conlleva a que los elementos en juego sufran las consecuencias. Siempre hay y habrán consecuencias poéticas en los poemas, de lo contrario no serían poemas sino consecuencias funestas.
El otro día un buen amigo —también poeta— me criticaba el uso del adjetivo: hay que dar al adjetivo un espacio que sea verdadero, para que algo pueda ser verdadero tendrá que ser noble. Para que pueda ser noble tendrá que pasar la humillación de toda su vida en el cadalso. Para que pueda sufrir la humillación de toda su vida en el cadalso, tendrá que volver a nacer de su propio despojo. Para que pueda volver a nacer de su despojo (voluntario o involuntario), antes tendrá que pasar “la prueba del sapo anarquista”, la cual consiste en desarrollar un anarquismo de por lo menos veinte pies de altura como el que se esconde detrás del verdadero adjetivo, que no es otro que el adjetivo adecuado, pues hay que saber que el adjetivo se hace rasurar la mejilla izquierda para que alguien, más tarde, le haga saber que la mejilla derecha está cubierta de una hierba mala que provocará que toda la tierra se vuelva estéril.

Hay quienes aconsejan —a mí me lo aconsejaron una o dos veces— que el poema debería escribirse sin adjetivos, del mismo modo que se suprime la sal en los preparativos del arroz o de otros alimentos.

No pude defenderme de una teoría tan especial como aquella del adjetivo sublevado a su máxima potencia, pero dije unas palabras muy necias que terminaron en puñetazos. Luego vinieron las teorías más tontas e insensatas que cualquiera pudiera tener de “el método de escritura “perfecta” que así se llama el método que yo estudié para escribir mis poemas del primer período, al cual pertenece este libro imperfecto. Para escribir poemas perfectos hay primero que hacer gárgara de vidrio molido, luego tragarse el vómito de una vaca enferma de paludismo, luego pedir prestado un diccionario especializado en mentiras. Y si sobra tiempo para el talento, hacérselo ver a los hipócritas que siempre dicen una misma frase en torno a todo.

Como el lector común, que también es un crítico muy sabio, podrá darse cuenta de otras faltas que no he mencionado aún, voy a mencionarlas ahora: los poemas de este libro suelen ir muy de prisa, por eso el lector tiene que leerlos en pijama o se morirá por falta de coordinación con las exigencias de las metáforas: no siempre una metáfora está dispuesta a soportar a un lector indisciplinado y, para colmo, exigente. El lector que más exige es el que menos da.

De la dificultad de la lectura:

Estos poemas presentan al lector más de veinte dificultades, pero no voy a persuadirlo de que tire el libro antes de abrirlo, pues si lo tira sin haberlo leído estará traicionando su condición de lector serio: una de esas veinte dificultades es la dificultad de “la metáfora relámpago” (la cual también denomino como la “metáfora de la aguja y del hilo”, pero ya tengo un ensayo sobre eso, incluso con ese mismo título, así que no voy a profundizar en ello ahora) y la dificultad de darle alcance al verdadero sentido de la imagen. Como sabrá el lector hay mañas que se cumplen gracias a la ingenuidad de los demás y gracias también a la inocencia de los términos. Este libro contiene términos muy inocentes, pero luminosos a su modo. Contiene pasos que avanzan por sí solos dejando el cuerpo atrás. De ahí viene que el libro se titule Pasar de Sombra: la sombra de la que habla el libro es un personaje (sin excusa) extraño.

Defiendo una de las metáforas del libro diciendo de ella que es una metáfora muy débil porque el lector puede hacerla pedazos con sus propios ojos.

Los poetas hablan de la libertad pero no la entienden. Lo más fácil, lo más común, es volverse demasiado común. Hay que evitar que nuestra posible libertad caiga en descrédito. Y una de las veinte mil maneras de evitarlo es no permitiendo ser absorbido por las leyes de una sociedad hipócrita y malsana. Fíjese el lector que las fieras domesticadas no son sino artefactos, objetos más que seres. El poeta domesticado es como una fiera adaptada a lo que el otro (la ley, el sistema, el burgués, el representante del burgués, la querida del burgués, el mayordomo de los banqueros y de los políticos) quiera hacer de él.

En definitiva, lo que defiendo, con estos poemas, es una libertad desconocida entre nosotros, los humanos.


José Alejandro Peña
14 de abril de 2008
West Virginia, Estados Unidos.


Copyright © 2008 José Alejandro Peña

1 comentario:

Circleliteratus dijo...

Saludos Alejandro, estuve leyendo sus blogs, gracias. soy Maria Antonia Segarra, hice el blog de Victor Bidó, me gustaria saber si puedo anejar su pagina de poetas dominicanos a mi blog, aca le dejo la dirección para que lo visite y me diga si me da su permiso para incluirlo en mi página... http://circleliteratus0.blogspot.com le agradezco.